sábado, 14 de febrero de 2015

"El objetivo Inconsciente" Capítulo 3. El Descubrimiento.



Cap. 3  . EL DESCUBRIMIENTO

"El objetivo Inconsciente".



©GLORIA GIMÉNEZ, Damasco, 1997.



Albert Sehadín, mi padre, era un hombre moderno, esta es la frase que lo definía de la forma más rápida y precisa, o así al menos se lo hacía saber su madre, mi abuela, cada vez que llegaba con entusiasmo de sus viajes con múltiples y variadas aportaciones que integrar en nuestras vidas. Su energía y pasión ante la vida, doblaba con creces las carencias y limitaciones de las que mi madre me ofrecía en sus épocas grises y y abatidas.

De su baúl extraía, una a una todas las cosas que nos sorprendían, una de ellas era una revista llamada "La ilustración", donde veíamos imágenes de otros países y ciudades que nos embelesaban las miradas. Recuerdo una imagen de mujeres paseando por las calles de Estambul con trajes rígidos ajustados al cuerpo marcando su fina cintura y grandes sombreros con alas y tules que cubrían sus ojos. Me parecieron tan bellas, tan libres, tan serenas Algunas tenían parecido con las viajeras que de otros países compraban en el comercio de abuela. 

Pensé que de mayor quería ser como ellas. Quería pasear libre, como ellas, por las calles de ciudades como aquellas, Estambul, Budapest, Viena, París. Qué ciudades tan bellas.

Recuerdo que ya en edades muy tempranas las apariciones de mi padre por nuestras estancias, iban acompañadas de un destello de luz que siempre nos cegaba, tardábamos un tiempo hasta volver a ver con claridad incluso nuestras caras. Recuerdo como reíamos ante nuestra ceguera momentánea, jugando con los brazos extendidos a encontrarnos. Después mi padre desaparecía entre horas y días en un cuatro trasero de la planta baja, en la parte posterior de nuestro almacén.

Una espesa y pesada puerta de madera, cerrada con llave, guardaba un mundo oculto donde mi padre se encerraba.

Un día y después de su presencia acompañada del estallido cegador, me dijo "Laçur, hoy va a ser el inicio de tus aprendizajes antes de ir a la escuela", me cogió de la mano para llevarme con él a sus estancia misteriosa y oculta. Mi corazón empezó a palpitar fuertemente y lo sentí batear sobre mis sienes mientras una sudación muy fria cubría mi cara. Los pensamientos se agolpaban era la primera vez que podía ir sola con padre, sin abuela, sin Má a un lugar tan secreto y especial. Por fin iba a aprender, quería sentir con todas mis fuerzas esos momentos ni siquiera superados por los atardeceres llenos de brillos de las sedas.

Volteó por dos veces la gruesa llave en la cerradura y la puerta cedió abriéndose lentamente, la luz oscura y umbrosa del exterior golpeó sobre mil cristales depositados sobre estantes, una luz azulada reflectan chispeaba por todas partes, cómo la gran lámpara del salón de abuela cuando el sol estalla sobre las lágrimas talladas de cristal y desprende cientos de luciérnagas sobre las paredes.

¡Es azul! ¡es azul! no pude dejar de repetir esa palabra al sentirme en ese lugar invadida por la emoción de mis cinco años de todas las experiencias que mi vista me aportaba, de las luces proyectadas, de ese color que solo la noche y el mar, bajo la luna iluminada pueden proyectar. Todo de un azul intenso y brillaba, brillaba y daba vueltas por toda la oscura estancia con un olor profundo y peculiar que me ahogaba.

Cuando abrí de nuevo los ojos estaba en los brazos de abuela, con paños de algodón mojados en agua fresca en mi frente y tobillos. La emoción debilitó mis sentidos. Esa fue la primera vez que recuerdo sentí como las emociones podían romper mi frágil equilibrio con la vida. No obstante, no tuve miedo y quise volver, enfrentarme de nuevo y esta vez, con padre, abuela y Má descendimos la escalera y entramos en la estancia.


Entre calmada y segura y con toda la intensidad puesta en la mirada pude, por fin, ver los misterios de la oscuridad azulada que no eran otros que los cristales depositados en estantes con imágenes traslúcidas que no me eran del todo desconocidas. Padre rompió el secreto avanzándose a los juegos adivinatorios y evitando la ansiedad emocional que de todo ello se derivaba "este es el resultado Laçur de los destellos que tantas veces os he arrebatado, a ti, a madre, a abuela, a Má son placas de cristal donde estáis proyectadas en imágenes, todas las que os he tomado" "mira allí tienes la copia  podemos copiar las imágenes tomadas""y a todo este proceso se le llama fotografía, recuerdas la imagen de los bisabuelos en el gran salón de abuela?". Sí, sobre una mesa plana estaban nuestras imágenes solas o agrupadas desde que yo era muy pequeña, allí estábamos todos, incluso mi padre muy recto, detrás de mi madre sentada en una silla, los dos con su aspecto tan elegante, que me recordaban a las personas de La ilustración paseando por las calles de Viena, París o Estambul. aunque ellas estaban dibujadas.

En el suelo de la estancia oscura, la maleta de cuero que padre siempre llevaba a su espaldas en los viajes y en ella, su cámara fotográfica, sus negativos y sus útiles de retrato.

En el cuarto oscuro, Albert, mi padre, escondía el producto mágico de la modernidad, que estampaba día a día las historias de su vida, que por entonces, también era la mía. Allí oculto de las miradas retrógradas y asustadizas de la ignorancia de nuestra sociedad en la que cualquier novedad podía vivirse con extrañeza, miedo y peligrosidad.

Al ver aquellas placas de cristal, pensé que por algún motivo las soledades me quitaron las palabras y desde entonces siempre preferí estar callada, por algún motivo sentí las luces proyectadas en todas las miradas, los brillos y matices de las luces sobre las estancias. Por fin todo cobraba sentido, las luces las sombras, los colores, las emociones, todo por fin se proyectaba mas allá de la mirada.

Qué bellas cosas nos quitan las palabras.






©® Gloria Giménez para fotografías, texto, capítulo y novela completa









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