miércoles, 4 de marzo de 2015

El objetivo inconsciente. Capítulo 5.




Capítulo 5. El Graznido de las ocas

El objetivo inconsciente.






©gloria giménez





El condimentar el hígado de las ocas es una de las tradiciones heredadas del viejo Egypto, que ya desde los tiempos de los faraones solían realizar mediante las matanzas de ocas y patos al iniciar las aguas altas del invierno.

En primavera y principio del verano todos los alados del Nilo voleteaban alrededor de toda la ribera en los campos de plantados y de allí solían ingerir todo el grano y cebada que les era posible, para mayor escarnio de los agricultores, cuyas mujeres movían sus  túnicas dando vueltas como en los bailes suffies para espantar tamaña ingesta de grano. Engrosaban las aves así sus hígados de firma instintiva para que les permitiera pasar el frío invierno.

En la maison Sehadín, nuestra casa libanesa, esta tradición se llevaba a cabo todos los atardeceres, después de la época de la caída de las hojas. El inicio del invierno era una buena época para preservar este manjar de los calores del verano. Los beteados con exquisitas mermeladas de higos y miel, eran mis preferidos. Aunque la elaboración en la cocina llevaba tanto ajetreo que a veces, no me dejaban fisgonear junto a mis amigas Samira y Lea; sin embargo, podíamos acompañar en la vistosa elección de las ocas.


En la compra, acudíamos al rebaño de Hayat, robusta de mejillas enrojecidas por los áridos contrastes del desierto, de origen beduino, solía ir acompañada de otras mujeres que compartían jaima, desierto y quizás marido, de espíritu nómada las mujeres beduinas gozan de libertades que otras mujeres musulmanas miran horrorizadas. Compran y venden sin la compañía de sus maridos y visten ropajes vistosos con pañuelos atados en la cabeza y cintura repletos con abalorios  de plata y monedas de latón dorado y plateado que tintinean con sus movimientos exagerados, a la vez que hacen chasquear su lengua con el paladar produciendo sonidos de llamada para que la gente acuda a su parada instalada sobre el suelo del mercado, amontonado de jaulas de madera con patos, ocas, alguna que otra cabra, leche fermentada y buen queso de cabra.

Abuela siempre prefería las ocas, por ser estas de más delicado sabor, aunque el precio es mayor, pero comprando al mejor postor y con el buen regateo, abuela y Má siempre ganaban y se llevaban la mejor de las jaulas.

Acudíamos al mercado porteadas mis amigas y yo por la carretilla de Omar, saltando nuestros cuerpos al trotar de las piernas de Omar, para después de la compra reemplazarnos por la compra de ocas. Omar, en su retorno a casa, torneaba la carreta de lado a lado del camino de tierra que nos llevaba a casa, produciendo el alboroto de las enjauladas ocas que graznaban estridentemente como prediciendo al futuro degüello.





La "past de figue". 1

Al llegar a casa alimentábamos con higos en un fondo de miel y trigo amasado con agua caliente que Má echaba con su gran cacerola sacada del fuego de leña ardiente sobre el barreño.  Las niñas removíamos sin cesar la espesa masa cuya resistencia al voltearla era nuestro examen de crecimiento y fortaleza anual.

El olor característico del amasado se sublimaba en la posterior cocción, una vez finalizado el ritual de la alimentación,  durante dos o tres semanas y así producir "la paste de figue" de color rosado y de sabor excelente con su beteado de dulce mermelada. Después separaban la carne de oca de sus huesos y bien atada y rellenada,  la guisaban con sirope de granada y peras.

El graznido de las ocas, la noche anterior de la matanza, era de tal estridencia que no podíamos conciliar el sueño y en todos los hogares, las familias se solían acostar al alba. 

Nuestro gran comedor era de nuevo el punto de reunión. Las familias de Samira y también de Lea, se unían a nosotros, 

Las historias terminaban el último de los días, cuando Má hacía callar para siempre el graznido de las ocas, al alba.

Quizás las tertulias de esas noches intentaban ahogar la angustia que nos producía un graznar desesperado, las tradiciones justifican en ocasiones muchas necesidades del alma. Quizás por eso, dos días más tarde, se iniciaba la entrada a las escuelas. 

El ritual de la matanza y cocción de las ocas y la past de figue nos separaba el disfrutar del verano con el inicio de las etapas oscuras del invierno. El inicio de la escuela coincidía cuando el sol se ponía antes de media tarde. En mi Oriente las noches de invierno son tempranas y alargan las horas encerradas en cocinas y salas. Los hombres fuman la sissha mientras hablan, aunque abuela en la cocina tambien fumaba, ese tabaco tan perfumado de sésamo y manzanas.

Al amanecer y después del tazón de leche de cabra moteado de crujientes de canela, nos preparamos madre y yo para recorrer el camino a l'ecole. Pá sacó de nuevo su caja destelleante para inmortalizar mi uniforme.
Después y por fin Asma, mi madre se puso su bonito traje de color yema y florecillas de color gris con sus perlas repiqueteantes, para acompañar mi nueva experiencia.
Recorrimos el camino juntas, eguidas por padre y abuela. Era un gran acontecimiento mi entrada en la escuela . Prietas las manos de madre y mia y en la otra, también prieta y tensa mi pequeña maletita de cartón, llegamos al gran portalón de pesada madera y hierro, golpeamos con el eslabón, madre apretaba fuertemente mi mano, con miedo a soltarme, quizás sintiendo mis latidos y deseos de salir huyendo !Por favor! ¡sacarme de esta jaula! pensé al soltarme de la mano y cerrar el portalón tras ella y quedarme allí sola, con los graznidos de las que me parecían ocas aladas.


Dándonos paso a la explanada dirigida por una monja vestida de negro con su almidonado y curvado cubrecabeza de enorme tamaño que se balanceaba voleteando con sus andares a modo de gran visir de los rituales, me situó entremezclada en el gran patio donde se hallaban todas las monjas francesas, maestras y novicias de hábitos blancos, hablando entre ellas, alumnas de edades como la mía de cinco años, hasta edades ya casi casaderas, produciendo un gran algarabío.



-"Laçur Sehadín", mi nombre citado con voz potente, casi masculina, me volvió a la realidad y ya consciente de la situación, me dispusieron en la larga cola por estaturas junto a las pequeñas estudiantes como yo, con el mismo traje de lanilla oscuro y el cuello duramente almidonado alrededor del cuello, que nos mantenía la cabeza erguida.


Repartidas ya en grandes mesas que al levantar su sobre, podíamos poner en ella nuestra carterita de cartón, plumas, cuadernos y lápices. Allí estaba encajonada nuestra única individualidad. Alli terminaba Laçur Sehadín, de la maison Sehadín y allí comenzaban  el moldeado sumiso de los juegos libres.

Así empecé aquel inicio de otoño, a la caída de las hojas, lo que para mí fue ya un camino iniciado de luces y sombras, graznidos y silencios, muchas matanzas de ocas, mañanas de gorriones en mis despertares, pero al fin, ese fue mi primer contacto con la escuela, la de las monjas francesas.











©Gloria Giménez, para textos y fotografías




Nota: esta es la ultima entrada por capítulos de "el Objetivo inconsciente" ©Gloria Giménez, hasta la publicación obra completa. Gracias por vuestras 200 lecturas diarias. Gloria Giménez marzo 2015, Barcelona